Caer

Artículo publicado en el blog Bestias Posibles, coordinado por Agustín J. Valle.

Caer nos devuelve al vínculo más cotidiano y por eso a veces invisible a nuestra percepción: el vínculo con la gravedad.

Caer muchas veces es vivido como un accidente, un tropezón algo no deseado, quizás porque el miedo a caer es unos de los miedos más primarios que tiene nuestro ser moviente.

Generalmente el adulto que cae quiere rápidamente salir del piso, aunque esto no sea tan aconsejable, conviene chequear en el piso cuáles son las consecuencias.

Conviene que una vez que se ha caído, se asuma lo inevitable, somos un cuerpo que ha sido atraído una vez más hacia el centro de la tierra ( eso que está debajo del pavimento y otros revestimientos que hemos inventado) esa atracción puede ser con más o menos gracia.

Hay caídas ruidosas y grandilocuentes, las hay sutiles y silenciosas.

Técnicamente lo que diferencia a una caída de un aterrizaje, es que en la caída no hay trayectoria, no hay distancia para que el contacto se vaya desplegando en a través del tiempo y del espacio, sucede de golpe, nuestro cuerpo cae intempestivamente y descubrimos que tenemos más aristas de las que notábamos antes de caer.

Hay quienes caen y se ríen ( también nos reímos quiénes vemos caer a otros, es una de las cosas que hacen payasos, bufones y otros personajes). Otros caen y se enojan, agregan al golpe de la caída el golpe que se autoinflingen al patear aquello que los hizo caer.

Cuando somos niños no sabemos muy bien cómo reaccionar ante una caída (sobre todo si ésta no nos genera un gran dolor) es entonces que buscamos la mirada del adulto y su reacción, si este dice “ no pasa nada ya está” es posible que no haya mayor drama, si hay un adulto que tiene cara de miedo o de drama quizás asociemos el caer a una desgracia no deseable.

Aquí hay una conexión en cómo aprendemos a ligar determinadas emociones a determinadas experiencias de movimiento, esas conexiones son muy personales, históricas, aprendidas.

Caer es clave para quien aprende a caminar y moverse en el mundo, casi me animaría a arriesgar que no podemos aprender a movernos sin caída, sin traspié.

Amar la caída es una hermosa actitud a cultivar: no cae quien no se mueve, quien no se aventura a un baile o a un movimiento que desconoce. Amar la caída es restarle tragedia al golpe, muchas veces necesario para aprender acerca de cómo nos movemos, dónde están nuestros límites, nuestros bordes.

Amar la caída es amar lo que no se sabe del movimiento, lo imprevisible, es amar un poco el quilombo que es moverse en un mundo lleno de otros animados e inanimados.

A no desesperar, que después de la caída viene la recuperación. Nos volvemos a poner de pie.

Por una extraña sabiduría del movimiento, olvidamos parte del trauma que es caer, digo que se trata de una sabiduría porque eso nos permite seguir moviéndonos.

Imagen: Lotte Reiniger